Amaneciendo

Amaneciendo
Luz del interior/Foto de Internet

sábado, 24 de enero de 2015

Canto vigésimo





Siento que el destino nos observa, abstrae, abarca, aisla...
¿ quizá nos olvida ?
Sentirnos solos es grande.
Cielo
Tierra
Mar
Noche
Día
TODO sería poco. Siempre TÚ
PLENITUD
AHORA

Esta noche es una fiesta a la que debes llevar alhajas y sortijas.
El goce de almenas, la cúpula de toboganes y delfines:
todo bañado de alegría.
Mañana desayunaremos mermelada y mantequilla.

Ha madurado el poeta. También las cosechas maduras amarillean
estas tierras de naftalina, maíz y albayalde.
La noche arrulla las fachadas rojas, verdes, blancas, azules...
en las que pestañean algunos faroles encendidos.

Hoy tus labios de niña me envenenan de deseo.






viernes, 23 de enero de 2015

Canto vigésimo primero

¡Y saber que tu mirada es el jardín de un universo y que esto no es un sueño!







Amanece la grácil nube de mi tenue sueño.
Apenas creo que tu cuerpo está entre mis brazos
y que mi pecho sostiene tu cabeza.
Apenas...
Apenas los cortafuegos peinan sus corolas envueltas de lana.
Apenas las mariposas son bellas comparadas con tu alma
de blancanieves y rompeolas.

Eres la muchacha que hace de mi corazón un estuario de sueños.

El presente es relajante,
acogedor,
tranquilo,
entrañable,
AHORA nos une y eterniza.

Canto vigésimo segundo













Juegas conmigo a esconderte tras los troncos
de los chopos y te ríes y sonríes y sonrojas...
Corres como la mujer más maliciosa y traviesa
para que te siga y te robe un beso.

Amor, qué ha sido de la rana, el grillo, el búho, la lechuza,
el camello y la terraza...

Ahora eso qué importa.

La playa es nuestro lecho y las luciérnagas se apagan.

Te voy a regalar esta noche una estrella inmaculada.
La luna nos vela. Esta noche vale la pena...
Adornémosla de pirotecnia y barcarolas.

martes, 20 de enero de 2015

Canto vigésimo tercero

Así amanece en mi pueblo






Me sorprende una malla de algas sin nombre ni palabras;
como una caricia, alcanzada de garganta.
No sé si eres, noche, el sueño que esperaba,
o si eres nube pasajera,
mas me conforta tu mirada de yeguas preñadas y praderas adormecidas.

Este paseo con ella no tendrá fin en los ribetes del grillo colorado.
No tendrá fin en los rosales ebrios de ruiseñor.
Siempre en la orilla de este mar que nos ama,
quitando forros a las palabras, plantando setos en los pómulos,
arqueando los pomelos de las cejas.
Siempre dejando atrás caminos que no vayan.
Esta noche los sauces, las conchas, la mujer y el poeta descansan.
La luna mueve los cangilones de la noria de mi alma
y de ella arranca jirones de sentimientos secretos.
El silencio se eterniza.
El tiempo se eterniza.
El amor se eterniza,
y el roce de mejillas desgrana el sueño de trenes y tranvías.

viernes, 16 de enero de 2015

Canto vigésimo cuarto


Canto vigésimo quinto











Amanece al dócil balanceo de las horas un espacio fértil
y la noche sostiene su sueño de bandejas con rodajas
de planetas, guitarras, bandurrias y laúdes, que rizan
hélices y espigas al son de la jota.
Manojos de nubes presas de redes.

¡ Si serán sólo paréntesis borrachos de satélites !

Advierte como quieras los límites del éxtasis.
Ahora que crece la madrugada y acaba junio con su sirena
de cordones, todavía en la luna de unos edificios alguna
familia conversa entre calma fresca, blanco y sola.
Tras algunas persianas bajadas, habitaciones con luz.
La noche es perfecta e inmaculada. En los garajes duermen
los dromedarios y trineos. Sobre el asfalto, una mariposa
disecada con brea entre los hilos de las alas.

lunes, 12 de enero de 2015

Canto vigésimo sexto






Amanece tras la colina de la carretera sinuosa de Tafalla
mi pueblo solitario, en una plataforma descendente.
Parece aislado en una hondonada de suelos amarillos.
Es verano.
A la derecha, altibajos montañosos;
a la izquierda, nace la extensa ribera de Navarra.
A un lado, Larraga; detrás de mi pueblo, Mendigorría.
También se ve Montejurra.
Ahora es todo sol de abejas, candente cielo azul,
horizontes sin medida, y el sueño del poeta recorre
los trigales, las cebadas, las esparragueras, los viñedos
y algún árbol de coloridas cerezas.
Despierta el poeta a la mujer y a la niña.
Aislado, solo, el poeta vuelve a su refugio de jilgueros
y perdices, de canapés y vidrieras.
Mi pueblo es un oasis despojado del acoso del mar
y de los pitidos del tren de medianoche. No existe
el rumor de chimeneas que contaminen su monte,
ni contaminados ríos.
Todo es paz, piscinas azules y miradores solitarios.
Ahora el poeta ama la paz de sus calles, añoradas
cuando oye el bandear de otras campanas.
Calles con viejos blasones incrustados en las paredes
de algunas casas, anidadas por palomas.
La plaza está vacía y en “El Cerco” canta la historia
su nobleza gallarda.
Latente el riachuelo, la Ermita y el escudo de murallas.